Pocas veces durmió el sol en ese patio,
pero ahora se despereza su luz
cada vez que abro la ventana.
Pocas veces tuvo otras vistas
más allá de los tejados dormidos,
pero ahora lo sobrevuelan
bandadas de tucanes.
Han crecido ramilletes de jazmines
en cada grieta de la fachada.
Huele a galletas de nata
recién salidas del horno;
aroma de infancia
con sabia canela.
Pocas veces fueron tan armoniosas
las voces que avisaban de la lluvia
como cuando las evoco
desde la aparente lejanía
que me sitúa en algún lugar
entre su eco y mi garganta,
tan prestas como las manos
que descolgaban la ropa
a punto de empaparse
con el cendal de niebla
que tiende la ausencia,
sujeta tan solo por las frágiles
pinzas del recuerdo
que cederán sus muelles
al paso del tiempo.
Pocas veces las chimeneas
exhalaron tanta vida
cuando el calor artificial
era solo vana compañía
y la soledad perdía siempre
en las tardes de seisillo.
Y había gatos en los tejados
paseando penas
de amores a la luna.
Y había golondrinas
dispuestas a anidar en los aleros
de todas las cornisas.
Cuando la nieve abrace las tejas silenciosas
y se instale en la estación
que vacía las maletas
y convierte en destino los trenes de paso,
sé que conservaré mi patio
de florecidas enredaderas ,
de limoneros y naranjos
–en la sequedad de su asfalto –
de tendederos con olor a limpio
y voces amigas avisando
que la distancia entre mi ventana y su recuerdo
se va achicando.
💚💚💚
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